martes, 19 de octubre de 2010

Familia y hábito lector.

FAMILIA Y HÁBITO LECTOR

Introducción
Parece que nadie duda, de puertas hacia fuera, que la familia desempeña un papel fundamental en el desarrollo y afianzamiento del hábito lector en los niños. Otra cosa es que padres y madres estén dispuestos a asumir su responsabilidad y adopten una actitud activa y constructiva para lograr que en sus hijos se despierte el interés por la palabra impresa.
Habitualmente la familia delega en la escuela su papel en la formación lectora olvidando que la función del maestro es muy diferente y en todo caso complementaria: iniciar a los niños en la técnica lectora, despertar sus propias motivaciones de lectura y adiestrarles en estrategias de comprensión lectora.
Pero seamos honestos: a los padres no se les puede pedir tampoco que sustituyan la labor de la escuela y que se dediquen a rellenar las lagunas que el sistema educativo padece. El maestro no puede enviar al niño a casa con la instrucción: “Mira, chaval, dile a mamá que repase contigo la cartilla de lectoescritura y que te enseñe a leer”. La familia deberá centrar sus esfuerzos en los ambientes, en los climas, en las motivaciones…, no en la técnica.

Qué podemos pedir a los padres

Los padres se mostrarán ansioso por conocer y compartir los progresos de sus hijos en los aprendizajes lectores. Cuando el pequeño de Educación Infantil llega a casa con el cuento que ha creado con sus compañeros y que la maestra ha transcrito porque él aún “no sabe”, sus padres le demostrarán la magia de la palabra escrita y el milagro de la lectura: ¿cómo es posible que ellos, sin haber estado presentes en la escuela cuando él y sus amigos inventaron el cuento ahora puedan reproducirlo?
Al padre o a la madre se les puede pedir (creemos que exigir) que lean amorosamente a su hijo desde que nace tanto cuentos como nanas, canciones de corro, trabalenguas, adivinanzas, juegos rítmicos, poemas… Reservad un momento diario a esa tarea, al acostarse, porque les ayuda a terminar el día entre fantasía y afecto. Nunca abandonéis esa costumbre, ni siquiera cuando ellos vayan creciendo. Siempre disfrutaréis cambiando impresiones.
Podemos pedirles que den ejemplo de lectura, no con poses artificiales sino transmitiendo su propia pasión lectora. Sólo se contagia la pasión que se siente. Si nos ven leer, posiblemente sentirán curiosidad y deseos de imitarnos. Pero no simplifiquemos: no estamos hablando de ecuaciones matemáticas, sino de caldos de cultivo que pueden abonar terrenos fértiles.
Procurad que lean todos los días. Aunque es cierto que la lectura es una destreza que se perfecciona con el entrenamiento, no caigamos en la tentación de imponerla como una obligación. Invitémosles con alegría y persuasión seductora a que lean cada día.
A los padres podemos pedirles que hagan del libro un regalo habitual, no sólo de un objeto de relleno para completar la lista de regalos de reyes, ni la guinda forzada de los presentes del día del cumpleaños. ¿Por qué no regalarles libros en cualquier ocasión, sin ninguna excusa “oficial” marcada por el calendario?
Los padres llevarán a sus hijos con frecuencia a la biblioteca pública para pasar un rato gozoso en torno a los libros. Todos bucearán entre las estanterías en busca de “su” libro, “su” revista, “su” cd-rom… que después, una vez recogidos al calor del hogar, compartirá con sus padres y hermanos.
Haced la lectura un privilegio: Hoy podéis acostaros más tarde para leer 15 minutos en la cama, o gracias a vuestra ayuda recogiendo la casa, ahora puedo dedicaros un rato para contaros un cuento.
Los padres visitarán con sus hijos librerías para que toda la familia esté al tanto de las últimas novedades y pueda ir seleccionando los libros que les gustaría adquirir o recibir en las ocasiones especiales que antes comentábamos.
Y la familia estará al tanto de los acontecimientos culturales apoyados en el libro (presentaciones, ferias, salones, encuentros con escritores e ilustradores, concursos de cuentos o poesía, talleres de creación literaria…) que se celebren en la comunidad.
En una palabra, los padres demostrarán a sus hijos con los hechos, no con las poses ni las palabras grandilocuentes, que el libro ocupa para ellos un papel prioritario en sus intereses culturales e íntimos y de ocio.

La familia y el desarrollo lector

Antes de leer los libros, el niño ha de recibir una estimulante educación de sus sentidos que le enseñe, entre otras cosas, a leer el propio deseo y el del otro y le dote de la habilidad de conquistar o construir lo que mejor satisfaga a su paladar.
Pongamos el acento en la calidad de la oferta porque será la chispa que ayude a brotar un nuevo lector. Pero sin olvidar −insistimos de nuevo− en que para el niño es esencial el ambiente en que vive.
Antes que el libro existen la palabra, el gesto y el afecto hacia el narrador de cuentos. En ese sentido, la oralidad es la base de la lectura, oralidad que comparte confidencias, preocupaciones, experiencias, descubrimientos, fantasías, pero que al mismo tiempo escucha, estimula, valora, aprecia, disfruta escuchando al niño y aprecia sus reacciones y sus discrepancias. Oralidad como intercambio y como rito de iniciación en la habilidad de “leer” situaciones, objetos, libros, imágenes, afectos.
La familia es pieza clave en el desarrollo de esta capacidad que desembocará en la construcción de un espíritu crítico ético y autoanalítico porque el niño sentirá la necesidad de interpretar la realidad y “leer” las reacciones y emociones de los demás. Después será capaz de situarse ante los mensajes que recibe de los distintos medios de comunicación con una personalidad definida y nada manipulable.

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